De pronto, cuando tenía a mano el sosiego y empezaba a retupir la tela sensible, holladada hasta la urdimbre, una ocurrencia singular me fuerza a mover la pluma por desazones políticas; no discuto que pudiera emplear mejor el tiempo y la tinta. De tiempo, que es lo más precioso, y sobrando al parecer, falta para todo, me encuentro con mucho caudal, no obstante mi condición de manirroto: cuanto he derrochado desde la mocedad en obsequio de las musarañas, diríase que ahora me lo restituyen, capital e intereses, ignoro si por lastima o reproche. Tal abundancia me rehace en cierto modo la holgura juvenil. Me aplico a aprovecharla gravemente, sin peligro de nadie, salvo el de mi propio ánimo. Los más intransigentes permitirán, sin duda, que al cabo de un asiduo cultivo de la gravedad emplee retales de tiempo en escribir de algunas liviandades. Procuro hacerlo con mi tinta menos mala, la más legible, destilados la ironía y el sarcasmo. De esa manera no se pierde todo, ni es agraviar al prójimo ponerle en camino de la verdad.
Se me hace cuesta arriba solicitar la atención del lector sobre un alboroto en que ando mezclado sin ocasión (...)