En este ensayo con santos o ilustraciones, como los cuentos infantiles o las cuentas de Instagram, Albero disecciona al lector de libros, así fuera una especie en extinción, o quizá por estar en peligro de serlo. Ésta es su conclusión:
Cuatro son los rasgos que configuran al lector de libros, cuatro son los que convierten esa actividad en una orgía callada. El primero es que no está nunca solo, como en las orgías; de otra forma no serían orgías, como no hay sonetos de siete versos ni árboles milenarios plantados ayer. El segundo es que está desnudo, en pelota picada, vaya, y ése es el uniforme habitual para las orgías, la etiqueta recetada, el dress code, así gastas traje de neopreno si buceas. El tercero es que es promiscuo, cualidad que se presupone en una orgía como el valor en los toreros: si te apuntas a una, es porque lo eres. Ahí está el lector, muy pero que muy bien acompañado, desnudo y promiscuo, y a esa actividad la llamamos orgía. Pero aquí, a diferencia de las orgías tradicionales, que también en esto existe la tradición, no hay jadeos sino silencio, y ahí entra en juego el cuarto rasgo distintivo; es la suya, pues, una orgía, sí, hasta ahí estamos de acuerdo, pero una orgía callada.