El sueño de la razón constitucional, que ha sido obsesivamente la razón del límite, ha producido un monstruo tan peligroso para el individuo como aquél contra el que se alzó el movimiento constitucionalista: un Estado desvalido, incapaz de garantizar la seguridad sobre la que se erige el hombre libre.
Hace tiempo que los Estados nacionales europeos han perdido la capacidad de dominio necesaria para ordenar la realidad sobre la que pretenden imponerse. La defensa de la libertad pasa ahora por la constitución de un poder público equivalente en sus dimensiones a la sociedad en la que se desenvuelve el ciudadano. A día de hoy esas dimensiones son las del Continente y el único poder capaz de constituirse a su altura no es otro que el de la Unión Europea. En ella debiera ver el constitucionalismo el germen del nuevo Leviatán y aplicarse a su mejor desarrollo. Sin olvidar alguna lección de la Historia, como es la del fracaso de las Cartas otorgadas o la que enseña que los procesos constituyentes implican siempre una ruptura para el que no hay otra solución de continuidad que el protagonismo del ciudadano.
En el espíritu de la conciencia europea labrada por la Historia se encontrarán razones para la convicción profunda de que la lucha por la libertad es hoy, entre nosotros, la lucha por la República de Europa.