No tiene documentos ni familia, por eso los guardias del campo
de refugiados le llaman, simplemente, «I». El día que cumple
diez años comienza a escribir un diario en el que recoge su vida
junto a otros cinco niños no acompañados: la búsqueda de comida,
los juegos, la amistad, el recuerdo de sus seres queridos, los lugares
de donde proceden... A pesar de su precaria situación, no dejan
de mantener vivo su deseo de pertenencia, de tener algún sitio
como hogar.