El tango es un lamento, una queja, un grito de dolor o de rebeldía. Es la danza electrizante y sensual que se detona con el abrazo, en esencia, de quienes son atravesados por la nostalgia de lo vivido. Los Tangos en prosa de Verónica Nieto son trece cuentos que albergan esa misma naturaleza en la actitud de sus protagonistas y en sus confesiones. Personajes variopintos cuyas voces obran con habilidad y precisión los acordes convenidos para sonar intencionadamente rabiosas o lacrimógenas, pero también alucinadas y desopilantes, como la de una rata que necesita saber lo que sería vivir como sujeto de experimentos; o el disgusto de una enana a la que siempre confunden con una niña y se venga bailando «chiquitita»; o el testimonio de un pianista de jazz que exhibe una deformidad en sus pulgares y, de paso, una técnica inigualable.
«He visto que dormías y que tus labios se hinchaban blandamente, y que en tu boca crecía un globo de saliva, un espeso círculo de baba compuesto de tus sueños, una esfera que brillaba con la luz pálida del invierno y que ha terminado por despegarse trabajosamente de tu boca para salir volando, globo acuoso y libre, y que ha cruzado lentamente la habitación y ha salido por la puerta como un aliento rechazado. Tu burbuja que flotaba por toda la casa, paseándose como una señora gorda, ha terminado por chocar contra la pared. Pobrecita. La burbuja se ha reventado, sí, ha explotado como una bola espesa, hecha de grumos y agua, compuesta de los ecos que tu alma expira en un ronquido. Y ha hecho un ruido sordo al chocar, y ha caído al suelo. Y la he visto reposar, la esfera fofa que se deshacía, indefensa, hasta que se ha desparramado y multiplicado para inundar el pasillo. Ese globo de saliva que salió de tu boca. Pero tú [
]».
Verónica Nieto, _Tango en prosa_,
de «La siesta de tus aguas»