Simón está preocupado porque su padre ya no se ríe ni juega con él como antes. Se ha quedado sin trabajo y está triste y preocupado, y ni su madre ni él lo saben animar. Un día, en la plaza, oye una conversación entre dos abuelos, que hablan sobre una tienda donde venden unos caramelos buenísimos, de todos los sabores imaginables. Simón decide ir: quizá encuentre allí un caramelo que pueda volver a hacer sonreír a su padre.