Era una noche perfecta y maravillosa, una de esas noches, querido lector, que tal vez sólo existan en nuestra juventud. El firmamento estaba tan estrellado, tan luminoso, que, al contemplarlo, uno no podía por menos que exclamar: ¿Es posible que, bajo tan bello dosel, vivan seres llenos de cólera y mezquindad?
Con estas palabras da comienzo Noches blancas, una de las más celebradas novelas de Dostoeivski, en la que el maestro de la introspección psicológica indaga en la soledad, la incomunicación y el amor.
Dostoievski, el único psicólogo, por cierto, del cual se podía aprender algo, es sin duda, uno de los accidentes más felices de mi vida.