"La Nardo, como dice su autor, es hija de la luz de Madrid, una hembra de rompe y rasga, una mujer de bandera, una hembra de tronío. La Nardo no tiene nada que ver con la cocotte parisién, inteligente ,calculadora y cosmopolita. La Nardo es poco interesada y su universo es Madrid. Es una arrabalera apasionada, que posee una agudeza y un gracejo innatos. Cuenta, sobre todo, con su belleza y su atractivo, que son la esencia de su encanto. Es una pasional, que no se somete a su destino, sino que lo crea. Es una anarquista del amor.
La Nardo es la protagonista indiscutible de la novela y la que siempre lleva la iniciativa y a lo largo de la novela va evolucionando del amor puro a la pasión sexual. Pero enseguida empieza a perder su dignidad, dejándose explotar por un chulo espontáneo, Samuel, que también se denigra, pasando de ser su novio a representante en tercerías amorosas.
Samuel la pervierte para poder chulearla (vivir de ella) y cae en manos de un degenerado que goza enviciándola en la morfina- anuncio de un suicidio a dos liberador de una vida de la cual no supo o no pudo liberarse nunca-. La Nardo del puesto del Rastro va a la prostitución y a la muerte como arrastrada por un destino fatal, que ella misma ha creado.
La Nardo, protagonista de la sensualidad evoluciona en angustiosa degeneración sobre el paisaje urbano de los barrios bajos de Madrid. La vida de La Nardo tiene como telón de fondo el panorama de Madrid: la Ribera de Curtidores con sus puestos y sus gentes, ya glosados por Ramón en El Rastro; la Plaza del Progreso- hoy de Tirso de Molina-, todo un aguafuerte con sus comercios, transeúntes y verbenas. Se aleja La Nardo del centro, va hacia el paseo del Canal, a la taberna del Tío Coronas, donde se inicia en la vida amorosa, regresa Aurelia al tráfago ciudadano, a los bares, a las quermeses típicas, a las casas de huéspedes de dudosa reputación y a las casas de citas, donde concluye su periplo amoroso.