Muchos de los estados nacionales europeos son una ficción. Hay muy pocos que en su interior no tengan, o hayan tenido, un conflicto latente, pequeño o grande con una minoría nacional, lingüística o cultural. El liberalismo, como ideología, se proponía, por lo menos teóricamente, superar los estados imperiales y pasar luego a los estados nacionales, pero los resultados, en muchos aspectos, no han sido un éxito, sino un desastre para muchas comunidades obligadas a adoptar forzosamente la identidad de sus vecinos más poderosos o, simplemente, más numerosos. El viejo sistema imperial, como Estado (con mayúsculas) patrimonial, consideraba la diversidad de comunidades nacionales un elemento de normalidad, aunque las unas fuesen hegemónicas sobre las otras. Los nuevos Estados nacionales de mediados y finales del siglo XVIII y de los siglos XIX y XX y principios del XXI, por imperativos de su misma esencia, quisieron imponer una única identidad posible y una única lengua provocando genocidios culturales y a veces no sólo culturales generalizados. El jacobinismo de la Revolución Francesa no hizo más que agudizar el