Tres temas parecerían organizar este volumen de relatos que ahora el lector tiene en sus manos, estos son: Cuentos de amor de locura y de muerte. Sin embargo, la ausencia de comas en el título, una voluntad expresa del autor, que no pocos editores han pasado de largo, sugiere otra organización, o más bien, otra des-organización, en la que se amalgaman amor, locura y muerte. Bien podrá haber incomodado esta indisciplina sintáctica a ciertos editores, haber escandalizado a algún que otro defensor del cumplimiento a pie juntillas de las normativas gramaticales, o seguir poniendo en aprieto a más de un profesor de español. La transgresión de fronteras aparentemente fijas aparece aquí, en el título, como clave esencial para todo un volumen que pone en contacto, contagia, contamina. Amor de locura, amor de muerte, locura de muerte, muerte de amor Alquimia narrativa que cabalga sin pausas, proliferando en pos de tensiones, intensidades y dudas. Porque este libro, quizá el más conocido de su autor y para muchos su mejor volumen de cuentos, convoca relatos oídos y fantasmas olvidados, ansiedades escondidas y temores reprimidos. Los convoca y los transfigura en una prosa vigorosa. Pero, además, en ese «de amor de locura y de muerte» resuena una cadencia que pareciera desdeñar las pausas entre uno y otro elemento, y apresurarse hacia un final, que es, en el caso del título, el comienzo del volumen. Entramos a Cuentos de amor de locura y de muerte tropezando, algo desorientados, aferrándonos al calificativo de «cuentos» que el título proporciona como tabla segura. Los cuentos de Horacio Quiroga no son, sin embargo, hijos de la premura. Es sabido que el autor trabajaba largo tiempo en ellos, despojándolos de capas a su parecer innecesarias, de adjetivaciones fortuitas y enunciaciones superfluas.