Comer y beber son necesidades vitales cotidianas de todos los seres humanos. Pero la solución del problema ha sido diferente, según los tiempos y los lugares. A lo largo de la historia el hecho biológico de alimentarse se ha convertido en un complejo fenómeno social y cultural. España, una península estratégicamente situada en la encrucijada entre el Mediterráneo y el Atlántico, ha creado a través de los siglos una cocina muy rica y diversa, fruto de múltiples influencias recibidas, la de la Roma clásica, la de los pueblos germánicos, la del mundo islámico, la del Nuevo Mundo, la del modelo gastronómico francés, pero también proyectadas, pues los intercambios fueron muchos en todas las direcciones, especialmente hacia América, donde se crearon interesantes cocinas mestizas, consecuencia de la combinación de productos y técnicas españolas y americanas. Experiencias muy variadas, en función de los niveles económicos, los diversos grupos sociales, las creencias religiosas, los cánones estéticos, los gustos y las modas configuraron un amplio panorama que va desde el hambre a la abundancia. Porque tan significativa para la alimentación es la historia de los banquetes como la historia de las hambrunas. Todos necesitaban comer cada día, pero las posibilidades no eran las mismas. Unos tenían que contentarse con cualquier cosa, otros podían comer mucho y bien. La cantidad era importante, pero todavía más la calidad. Comer bien era comer alimentos exquisitos, preparados por cocineros excelentes; era además comer cosas nuevas, sorprendentes, al alcance de muy pocos. La cocina tradicional y la cocina creativa son alternativas que vienen de muy lejos. Esta larga y apasionante historia culmina en la actualidad en una verdadera revolución culinaria que sitúa la cocina española en el primer plano internacional.