Además de constituir un espacio particular, la clínica se caracteriza por la elaboración de un lenguaje político propio. Ella misma objetiva, estipula y condiciona en su evaluación sobre la carne, de manera que, aquello que es nombrado desde la institución propia sufre una sujeción en el establecimiento de los designios. Este cierto orden mudo en manos de Gaia Danese no es más que una suma de contingencias. La artesanía de la palabra poética permite el espacio de esa absoluta singularidad que Danese produce sin ninguna pretensión distinta a la del orfebre o la de la mimbrera. El juego de lucidez de la autora radica en ese exceso el cual personifica porque no es exactamente una hija, ni exactamente una mujer, ni tampoco exactamente una madre. Su educación sentimental, es decir, su clínica del vértigo está pertrechada por otro orden de fuerzas más complejo que el de una suerte de taxonomía esencialista: «Se observarán minúsculas fisuras / el recuerdo de una lejana luz hará su camino / hasta abrir brechas conscientes».
Tutto quello che si manifesta è luce. Gaia Danese hace suyas las palabras de Pablo de Tarso para dar comienzo al libro. Aquello que es revelado contiene una relación de absoluta dependencia con el misterio. Por eso todo lo que la poeta nombra, ilumina las páginas del libro. La relación patente entre la palabra y lo divino puede observarse en su desplazamiento simbólico encarnando la imagen de Diana: «Fuiste lanzada, hija, / como una flecha de mi arco. / Sabia, bellísima, precisa». El poder profético de la poesía en palabras de esta inteligente y poderosa escritora.