Mantener la palabra y la conversación frente a un Interlocutor en quien no se cree, pero a quien se encuentra en cada letra, es la necesidad de un narrador que escribe siempre buscando un precario equilibrio. Amado Señor, Amada Vida, Amado Murciélago, Amado Brillo Invisible, Amada Mata de Cactus, Amado Sueño Olvidado, Amada Bendición... La recitación de los Nombres Divinos, que en tantas tradiciones místicas es canto propiciatorio de la revelación, resulta en este epistolario de Pablo Katchadjian el índice de un diálogo. Aquí cada nombre es motor de la narración y también su destinatario.